Eso es lo que quiero enseñar a mi hija y por eso mismo y aunque me ha costado mucho empezar a escribir esta entrada ahí vamos con ella. (Valiente Ainara, dale).

Empecé en aquella empresa con ilusión, mucha, demasiada quizás, es de lo único que tengo que agradecerles, eso y el aprendizaje que me llevo, de vida, de desconfianza, de tristeza. Han dejado una huella en mi, mala muy mala, pero de todo se aprende.

Poco duró la felicidad en ese trabajo, a los pocos meses de empezar nos dejaron de pagar, nadie daba explicaciones de nada pero nosotros, como gilipollas, metíamos horas y horas gratis pensando que aquel barco que estaba medio hundido a la salida de puerto lo íbamos a salvar nosotros. Que se te ha pirado la repostera, no te preocupes que mi gilipollismo no tiene límites y meto yo aquí 10 horas al día para salvar tu culo de jefe de mierda como si esta empresa fuera mía, siempre con un contrato de ayudante claro, aunque pasara meses en el horno o preparando repostería…

Tres meses sin cobrar y otros tantos cobrando quizás sobre el día 20 la mitad de tu sueldo, esperando todos los días a que la empresa nos dijera algo mientras seguíamos trabajando como cabrones. Al fin y al cabo a ti la empresa te puede dejar de pagar pero tú tienes que seguir yendo a trabajar. Recuerdo una mañana que me presentaron un papel amenazante delante de mis narices que no cobraban sueldo hace tres meses, “si vuelves a compartir una foto de tu trabajo en instagram te caerá una falta grave”. Surrealista pero cierto. Como ya os he dicho mi gilipollismo no tiene límite y yo dediqué mi más o menos número alto de seguidores a animarles a que vinieran a comprar todas esas delicias que preparábamos en el obrador y así quizás hasta podríamos cobrar. Tengo el papel guardado por ahí para no perder el norte en este sindiós que me han hecho vivir.

Aquello medio pasó pero claro las condiciones laborales por las que me habían contratado cambiaron radicalmente porque la empresa, que no cooperativa, zozobraba y había que remar como locos. Llevaba año y pico remando en las galeras y en mi casa se notaba la locura de horarios y de falta de dignidad en vacaciones y días de fiesta. Nunca me dió por leerme el convenio porque pensé que podía confiar en ellos, error garrafal, eso no volverá a pasar.

Me cansé de pedir al menos un domingo al mes, me miraban como si fuera el mismísimo Carrillo o estuviera pidiendo algo que no me perteneciera, los únicos domingos que tuve son los que pillaban en mis vacaciones, lo que no sabía es que el convenio explicaba claramente que los domingos se negociaban y si el trabajador los quería trabajar de manera voluntaria se pagaban, esa línea en mi nómina estaba vacía como otras tantas. No pasaba ni una cosa ni la otra pero te criminalizaban por mendigar al menos uno al mes para pasarlo en familia. Los días de fiesta siempre entre semana y muchas veces te lo decían un día antes. ¿Calendario laboral? ¿para qué?

Tras pensarlo mucho y verme totalmente acorralada pedí una reducción de jornada (que también de sueldo, que las empresas deben pensar que nos regalan algo) al menos podría llevar a mi hija al colegio, seguiría sin tener ni un domingo al mes pero llevar a mi pequeña al cole para mi era muy importante. Me reduje un 33% de mi jornada, el comodín que necesitaba la empresa no sólo para hacerme la vida imposible sino para vender a mis “compañeros” que todo el sindiós que pasaba en la empresa era culpa mía y sobre todo la jeta que tuve de pedir una reducción de jornada por maternidad. Me aislaron, lo consiguieron. Imagino que no estaba tan bien rodeada como pensaba, no de vida inteligente al menos.

Pensé que aguantaría, y lo peleé casi tres meses, me creí una autómata pero soy humana y una mañana me di cuenta que no podía seguir ahí, me ahogaba.

Volví de París, de pasar un fin de semana con mi pareja. Aquel fin de semana pasaron muchas cosas en aquella ciudad y casi 200 personas perdieron la vida pero en mi trabajo nadie vió necesario preguntarme qué tal estaba, eso sí en redes sociales el apoyo a todos los franceses fue patente. Tengo que reconocer que no lo soporté y recriminé a los que habían sido mis compañeros, a los que habían remado en las galeras conmigo hombro con hombro, todo aquello que estaba pasando. Al día siguiente, después de asimilar los gritos  de mi jefe y las lindezas de alguno que estaba por ahí, me pusieron otro papel delante de mis narices. Esta vez una falta leve por discutir con mis “compañeros”. Ahí me dí cuenta que ellos, la empresa, podía hacer conmigo lo que quisieran, sola no iba a ninguna parte y necesitaba ayuda.

Recurrir esa falta me sirvió para ver delante del juez a un “compañero” al que le cambiaba el horario de entrada los findes porque no tenía autobús para venir a trabajar tan temprano, poniéndome fina filipina. Su tatuaje en el brazo, “todo es para bien”, recobró sentido. Me puso a parir pero su contrato pasó de ayudante a hornero, no está mal. En aquel momento yo ya estaba de baja, muy chunga, hacía esfuerzos impresionantes a diario para respirar, salir de casa… Muy duro todo.

No sé si lo mejor de mi vida está por llegar como dice mi madre, lo que si sé es que mi paseo por el infierno está siendo demasiado largo y que no se lo deseo a nadie. Callada, he vivido esto muy callada, sin energía y con mucha vergüenza. La vergüenza de la violada de la película que encima de que le han jodido se avergüenza. Sé lo que es eso y es penoso. He llorado mucho, y hay unos cuantos que me habéis secado las lágrimas y me habéis escuchado cuando lo he necesitado. Mucho que agradecer a mis buenos amigos, a mi familia, a Jero, a la psicóloga de la Seguridad Social, porque sí señores necesité y todavía necesito ayuda psicológica y no me avergüenza decirlo. Lo que si es que  no me  perdonaré lo que le he hecho pasar a mi pequeña Laia. Lo que luché por ella me explotó en las manos.

Intenté escribir en mi blog pero yo ya no era yo y se notaba, la gente me preguntaba por privado si estaba bien y a mi me faltaba el aire no solo para responder sino para vivir. Un  día decidí que no lucharía más, que la falta de salud pesaba más que el dinero que me debían, que quería empezar a respirar, a salir a la calle sin miedo, a vivir. En ese aprendizaje estoy ahora con el miedo de pensar que nunca volveré a ser la misma y con la tranquilidad de que ellos nunca formarán parte de mi vida.

¿Qué le enseñaré a mi hija? Que las mujeres somos fuertes y que a pesar de todo después de caer nos volvemos a poner en pie. Que su madre lucho por sus derechos y que no pudo ser porque esta sociedad no está educada ni en el respeto ni en el valor de la familia. Espero que su mundo sea mejor, yo no dejaré de luchar por ello.

Gracias a Jero, a mi madre y mi hermano, a mi suegra, a Asier y Ana, a Sandra y Ricardo, a Juanra y Josune, a las chicas de las cenas de las campeonas, a los amigos culturetas (desde el cariño) de mi amigo Ricardo, a Joselu y Mónica, a las Landas y las barbacoas con amigos, a mi psicóloga, a los abrazos con cerveza, a los kleneex a tiempo, a mi médico de cabecera, a ELA y a todos los que habéis estado ahí que sois unos cuantos. Gracias por respetar mi mutismo, gracias por respetar mis caras tristes y mis silencios. Simplemente gracias.