Mi aita tenía una cámara Súper 8. Todavía recuerdo el sonido de cuando se terminaba la cinta, ese clac,clac,clac de la película dando vueltas y golpeando la cámara. Recuerdo también esas tardes en la que mi aita montaba el “cine” en la sala y veíamos esas súper producciones familiares que habían grabado mis padres con su cámara. Es difícil explicar a las generaciones actuales que nuestros recuerdos no están digitalizados ni archivados en ningún dispositivo. Que nuestra vida no está fotografiada ni grabada a cada paso, cada segundo…

Los recuerdos muchas veces son como fotografías de Instagram, recuerdo aquellos zapatos verdes, aquella camiseta de Narajito o ese jersey de la Botilde que me ponía mi madre aunque no me gustara mucho. Y son endiablados esos recuerdos, porque la mayoría de las veces son sin movimiento y sin sonido. Soy capaz de recordar a la perfección aquel vestido amarillo que me regalaste con aquel gorro a juego, puedo recordar aquel día que fuimos al Palacio de Ayete o aquellos veranos en la Costa Brava, también esos días de estío en el pueblo, o lo bien que me lo pasaba en la hora del baño contigo.

Casi percibo el olor a jamón recién cortado a cuchillo y ese olor a melón, pero melón del bueno que compraba mi abuelo Gervasio a aquel señor que pasaba con su furgoneta cargada hasta arriba. Los recuerdo a los dos, mi aita y mi abuelo, esperando a que yo muy servilmente les llevara un vaso de vino mientras charlaban, para mis 5/6 años era un momento de peloteo que no me podía gustar más. Pero son recuerdos de Instagram, fotogramas sin sonido, ese silencio que casi te hace sentir culpable por haber olvidado su voz, por ser incapaz de recordar ni un sonido de él.

Pero allí estábamos el mediodía del día de reyes de este año, en casa de mi madre esperando a abrir los regalos. Mi hermano y yo teníamos que abrir un paquete que se intuía del mismo tamaño y para mi, tenía forma de calcetines. Mi madre emocionada esperando el momento. Y abrimos los paquetes y encontramos una maqueta de un Seiscientos. Me hizo gracia porque recuerdo aquel que tuvo mi madre y que a veces teníamos que empujar para que arrancara o la vergüenza que le daba a mi hermano cuando mi madre nos llevaba al cole y los niños y niñas corrían los San Fermines rodeando el coche, yo me partía de la risa. Estaba claro que era mas “guay” cuando nuestro aita nos llevaba en su nuevo BX al que mis amigos del cole le llamaban El coche fantástico.Aquellos “viajes” sin cinturones, ni alzadores y 500 aplastados en la parte trasera montando bulla. ¡Qué recuerdos! Siempre que veo un Seiscientos me palpita el corazón.

Pero aquel Seiscientos tenía un pendrive pegado en la parte de abajo. Un Seiscientos y un pendrive… Dos épocas en las que nada es lo mismo, nada es igual y que aunque nos parezca ayer la vida a cambiado una barbaridad. Primero me salió un: “un pendrive! bien, me vendrá bien ama” (momento hija agradecida), pero un segundo después, no se por qué me vino aquella cámara Súper 8 a mi mente, aquellas películas que grababa mi aita. Le miré a mi madre a los ojos y le dije: “Son las pelis de Super8”.

No puedo agradecer mas a mi madre que haya puesto sonido y movimiento a mis recuerdos, el alivio que es volver a escuchar su voz, a ver mi cara de felicidad y darme cuenta que hubo una época en que fui inmensamente feliz. Lo perdí cuando yo sólo tenía 7 años, mis recuerdos se componen de puzzles completados por mis fotogramas guardados en un album de mi alma  y lo que te cuentan los demás, pero se pierden los matices, no recuerdas cómo te miraba, como te consolaba, si bailábamos juntos o como miraba a mi madre. Se te olvidan porque 7 años de vida no son suficientes para hacer tu película.

Tengo que agradecer muchas cosas a mi madre, muchísimas. Ella lo intentó todo para que la falta de mi aita no fuera tan dura como fué y como es. Y esta Navidad ha hecho por nosotros, por mi hermano y por mi, algo descomunal. Atreverse a llevar esas cintas guardadas que le daba tanto miedo perder y pasarlas a esta vida de pendrives.

No tiene precio enseñar a mi hija la gran persona que era mi aita, su aitona. Lo alegre y disfrutón que era. Él nunca se irá hasta el último aliento que me quede en esta vida, porque él vive en mi.

“Vamos Ainara, ven con el aita”. Ahora ya se cómo suena de la boca de él. Se como me miraba porque yo a él, eso si que lo tengo claro, ya se cómo lo miraba, con todo el amor del mundo.

Feliz año a todos y todas, que el 2019 este lleno de sonido y movimiento.